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Los Viajes De Virginia Woolf Por España: «Sin Duda, Este Es El Mejor País Que He Visto Nunca»


Virginia Woolf (1882-1941) nunca contó con que su diario y sus cartas personales terminaran saliendo a la luz. En su nota de suicidio, le pidió a su marido, Leonard Woolf, que destruyera sus papeles. Pero con los grandes de la literatura esta es una previsión que no siempre se cumple. Pasó con Kafka, con Dickinson… Woolf registraba su intimidad como una manera de liberarse de esa «intoxicación» que le suponía escribir ficción. El diario era «la alternativa más encantadora y entretenida», decía, y mantenía esa disciplina incluso cuando salía de viaje. 

Un nuevo libro, ‘De viaje’ (Nórdica), aborda esta faceta de la autora de obras tan importantes como ‘La señora Dalloway’ o ‘Una habitación propia’; la de una plumilla que desconfiaba del género de la escritura de viaje, pero que en cambio disfrutaba viajando. Y cuando lo hacía «escribía su diario y también cartas a su hermana y amigos», señala Patricia Díaz Pereda, a cargo de la edición de la obra: «Los suyos no fueron viajes lejanos ni exóticos; nunca cruzó el Atlántico ni viajó a otros continentes. […] Lo más lejos que llegó fue a Constantinopla y su radio de acción fue Europa».

Dentro de esta ruta, España ocupó un lugar privilegiado. «Sin duda, este es el mejor país que he visto nunca», llegó a decir. Fue en 1912, durante su luna de miel, después de haberse casado con Leonard Woolf. «Vamos de ciudad en ciudad, investigamos las callejas, los ríos y los mercados; por la noche vagamos por las avenidas hasta que encontramos un sitio para beber algo. Hemos visto diez ciudades desde que empezamos; cada vez son más notables y coloridas», le contó en una carta a Katherina Cox, amiga de su grupo de Bloomsbury. Tarragona, Madrid, Zaragoza y Toledo formaron parte de ese itinerario.

La primera vez de Woolf en España, no obstante, fue en abril de 1905, cuando se embarcó con su hermano Adrian en un viaje a la Península Ibérica. Visitaron Lisboa, Sevilla y Granada, y la primera impresión con el territorio español no fue tan satisfactorio. De su trayecto en tren por Extremadura y Andalucía se quedó con la belleza de los nombres –«¡espléndidos!–, pero «el paisaje no era bonito; en su mayor parte llano, sin árboles y con un sol fuerte». Ya en Sevilla, tras subir a la Giralda, anotó que desde la torre se veían las «casas blancas con techos marrones» de la ciudad, si bien la catedral no le parecía «bonita de verdad, aunque sí impresionante».

Menos gracia le hicieron los sevillanos. «La gente se hizo inaguantable, ya que creían necesario ser amistosos y habladores. Nuestro barco de vuelta solo tarda tres días, así que no tendrán tiempo para aburrirnos», le contó a su amiga Violet Dickinson. Tenía 23 años. «Aquí la gente se prepara para la fiesta. Han colocado enormes figuras de cera en la catedral –no concibo por qué– y están levantando estrados. Hay carteles de corridas de toros por todas partes. Me alegro de que nos lo perdamos».

Siete años después, y tras haber pasado por Atenas y su «sobrecogedor» Partenón, fue cuando se rindió a España. «Creo que España es, con mucho, el país más magnífico que he visto nunca», le dijo a Saxon Sidney-Turner en una carta. «Planeamos comprar una gran mula española; Leonard cree que si tuviéramos una, podríamos recorrer el país. La mula acarrearía nuestras camas y se quedaría a la zaga. […] El único defecto que le hemos encontrado a nuestro viaje es que hacía mucho calor en Madrid y en Toledo, y que estos cielos meridionales son invariablemente azules». Y eso que era septiembre…

Imagen principal - De arriba abajo: Mercado de ganados en la Feria de San Miguel (Sevilla, 1905), un paso a nivel (Zaragoza, 1912) y festejos en el Puente de Vallecas (Madrid, 1912)
De arriba abajo: Mercado de ganados en la Feria de San Miguel (Sevilla, 1905), un paso a nivel (Zaragoza, 1912) y festejos en el Puente de Vallecas (Madrid, 1912) ARCHIVO ABC

Un año después, Woolf intentó suicidarse. Tiempo atrás, ya habría sufrido otra depresión nerviosa por la muerte de su padre. La escritora padecía un trastorno bipolar. La crisis de 1913, entre mejoras y recaídas, le duró hasta 1915. Y en 1923, en su primera salida de Inglaterra desde su viaje de bodas, la autora fue con su marido otra vez a España. «Hemos estado deambulando por Madrid tras la figura de un Cristo con bata púrpura. La Última Cena, la Crucifixión y demás, y estamos medio aturdidos por el ruido, pero todo es muy emocionante –el campo, cuando atravesábamos España ayer, era increíblemente bello–. Mañana salimos para Granada».

Desde la ciudad andaluza escribió a su hermana Vanesa: «Leonard y Gerald están en una corrida de toros. Me temo que nadie me va a ofrecer un té». Unos días después, el 15 de abril, desde Murcia, sentada en un café donde se jugaba al dominó y vendían billetes de lotería, se reafirmaría: «No hay país más encantador». Beber café en un balcón sobre los limoneros y naranjos, caminar entre cipreses y palmeras, almorzar arroz, panceta, aceite de oliva, higos… todo eso le hacía «revolcarse de felicidad». Fueron las últimas impresiones que Woolf dejó por escrito de sus viajes por España.

Con los años, volvería a Francia o a Italia, donde quedó espantada por los fascistas, e incluso coqueteó con la idea de viajar a Latinoamérica. «¿En otra ocasión? Espero que sí». No hubo oportunidad. En 1941, cuando tenía 59 años, Woolf se lanzó al río con los bolsillos de su abrigo llenos de piedras. «Todo lo he perdido», puso en su carta de suicidio. Sus demonios internos acabaron incluso con ese sentimiento de liberación que sentía cuando salía de su amado Londres. «Adoro rodar, incluso bajo la lluvia, carretera tras carretera», afirmaba. «Mientras giro por las carreteras, remodelo mi vida».

Fuente: ABC

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